domingo, 9 de noviembre de 2008

Ficciones

Alguna vez tuve dos amigas, que eran hermanas. En algún momento me enamoré de una, en otro momento, de la otra, y en otros momentos de las dos a la vez. Eran dos chicas suecas, bien formadas de acuerdo al biotipo de su país.

El problema era que dormían en camas separadas. Bueno, en casas separadas, en barrios separados. Y por eso, inevitablemente, también vivían en entornos separados. La que vivía más cerca a mi casa me dijo que ya no se juntaban porque la otra vivía en un mundo de drogas y hombres. La otra, vivía en el Perú.

Un día, por el cumpleaños de la que vivía cerca a mi casa, fuimos mis amigos con ella a una discoteca, y estaba su hermana ahí. Bailamos, y recordamos lo que pasó alguna vez, nos miramos, nos abrazamos, nos besamos. Y la otra me miraba como un juez mira a alguien antes de ponerle una cadena perpetua: Una expresión insípida, cruel.

Vi a la chica llorar y decir que fue el peor cumpleaños de su vida, lo bueno es que no fue por mí, porque ella estaba con novio en ese entonces. Volví con ella a su casa, nos despedimos, y caminé lentamente a mi casa, jugando con mi celular, mandando mensajes.

La chica que lloró en su cumpleaños ahora tiene un enamorado 14 años mayor que ella, y ha sido internada en centros de rehabilitación cuatro veces. La otra esta en la selección nacional de vóley. Perdí el hilo de este cuento hace como cinco párrafos y estoy escupiendo idioteces. Ya ni sé que mensaje quería mostrar. Plop. Carajo. Conchasumadre. ya wei

esa metafora del juez fue demasiado estupida

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